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lunes, 20 de junio de 2016

CAPITULO 1 NOVELA

CAPITULO 1



-¡Corre más rápido Sandro, nos van a alcanzar! -gritó Enzo jadeando.
-¡No puedo más Enzo, tengo metralla en la puta pierna y me estoy desangrando! -respondió Sandro con dificultad-. ¡No sé cómo ha podido fallar la carga tío, no me lo explico, yo mismo comprobé la fecha y el lote de la pólvora como hago siempre antes de preparar un explosivo!
Los disparos que estaban recibiendo retumbaban por encima de sus cabezas y cada vez se oían más cercanos los pasos del equipo de seguridad de la empresa "Oxigen Security" que los estaban acorralando.

Se encontraban bajo tierra a unos doscientos metros de la superficie, encerrados en un laberinto de amplios pasillos de hormigón y huyendo de sus perseguidores sin saber muy bien a dónde dirigirse. El explosivo incendiario que Sandro había preparado detonó antes de que pudieran haberse puesto a resguardo en el exterior de las modernas instalaciones de "O2Maker", lo que provocó que saltaran todas las alarmas con ellos dos en el interior del recinto. El plan se había ido al traste y, aunque su instinto de supervivencia les obligaba a huir, ambos sabían que no volverían a ver a sus familiares y amigos nunca más.

-¡Tenéis que detenerlos ya! ¡Se están acercando demasiado! -ordenó una voz metálica que procedía del walkie-talkie de uno de los perseguidores.

Tras una frenética huida que se había prolongado más de diez minutos, llegaron a un pasillo en el que se encontraba una puerta acorazada al final de éste. No había ningún tipo de escapatoria, ni un solo conducto de ventilación por el que trepar, ni ninguna otra puerta por la que escabullirse, no había ningún otro tipo de esperanza. Estaban solos ellos, la puerta y un mini dron del tamaño de un puño que realizaba funciones de cámara de seguridad y que no había dejado de perseguirlos desde que comenzara la escapatoria.

-¡Estamos muertos Enzo! ¡Estamos muertos! -dijo Sandro impotente al ver que la puerta no se desplazaba por más que la empujaba.
-¡Por favor, deja de lamentarte y ayúdame a abrir la maldita puerta! -gritó Enzo harto de las quejas de su compañero
-¡Lo intento pero el decodificador no funciona con esta puerta! Debe de haber un inhibidor de señales en la zona que me está impidiendo obtener el código de entrada!

Enzo probó suerte insertando varias claves al azar. Aunque sabía que la probabilidad de acertar era infinita, su desesperación lo llevó a intentarlo una y otra vez sin éxito alguno.

El tiempo se les había acabado. Una veintena de hombres de Oxigen Security se encontraban en el pasillo apuntándolos con fusiles de asalto HK de 5.56 mm a unos escasos quince metros de distancia. Instintivamente Sandro y Enzo sacaron sus pistolas y apuntaron a también a los hombres que tenían enfrente. La tensión era evidente en la cara de los pistoleros de ambos bandos y un silencio improvisado, interrumpido solamente por la respiración ajetreada de los allí presentes, inundó el que hasta hace escasos segundos había sido un ruidoso pasillo.

-¡Tirad las armas al suelo ahora! -vociferó un componente anónimo de Oxigen Security. -¡Si os negáis va a ser muchísimo más doloroso para vosotros, eso os lo aseguro!

Sandro y Enzo estaban petrificados, la situación se había vuelto irreversible y sus bocas no les dejaban articular palabra alguna. Enzo miró a su compañero y, tras comprobar que no había ningún atisbo de esperanza, asintió con la cabeza a este para que soltaran sus pistolas, tras lo que ambos se agacharon y las colocaron con cuidado en el suelo.

<<PLAS, PLAS, PLAS, PLAS>> un aplauso enguantado originado por alguien de la multitud que los apuntaba, sonó lentamente a razón de una palmada por segundo. Era un aplauso de reconocimiento y asombro.

-No sé como lo habéis logrado, pero estoy gratamente sorprendido ya que nunca pensé que alguien pudiera llegar tan lejos. Creo que debo revisar mi sistema de vigilancia minuciosamente. -dijo la voz anónima mientras continuaba aplaudiendo.

La persona que hablaba destacaba entre todas las demás debido a su tamaño y corpulencia. Su talla sobrepasaba los dos metros de altura con total seguridad y tenía la envergadura de dos adultos fornidos. Empezó a caminar hacia la puerta en dirección a los dos infiltrados que se encontraban apoyados en ésta y la luz del pasillo ayudó a vislumbrar la cara de aquella extraña persona que se había erigido en el portavoz de aquel grupo.

-¡Joder es Carl Neegan! ¿qué demonios hace este tío aquí? –susurró Enzo a Sandro con voz temblorosa.

Carl Neegan era el máximo responsable de seguridad de Oxigen Security, empresa creada por O2Maker para llevar a cabo todas las labores de defensa y seguridad de las fábricas que ésta tenia ubicadas alrededor del mundo. Pero por lo que realmente era conocido Neegan entre todos sus empleados era por su carácter cruel y déspota, salpicado por un ligero toque de humor negro del que hacía gala cada vez que tenía ocasión. Su profunda admiración a la Alemania nazi de la Segunda Guerra Mundial generó en él una profunda devoción a su dictador Adolf Hitler, al que homenajeaba luciendo cada día un pequeño y corto bigote que, a duras penas, conseguía ocultar la cicatriz que le bajaba verticalmente desde el lugar donde supuestamente debía de estar su nariz, hasta la barbilla, dividiendo en dos sus labios superior e inferior. Su aspecto provocaba terror en la gente que lo miraba, cosa que él sabia y le provocaba un estado de placer extraordinario.

-Algo muy gordo debe estar tramándose en esta fábrica de O2Maker para que Neegan se encuentre aquí -respondió Sandro incrédulo ante lo que estaban viendo sus ojos. Nadie de su organización conocía el paradero de Neegan desde la última vez que lo vieron en Brasil hacia ya más de tres años y verlo allí los descolocó por completo.

-¡Callaros la jodida boca malditos cabrones! -gritó Neegan enfadado mientras miraba con ojos coléricos a Sandro y Enzo.

De repente, sus ojos coléricos cambiaron y se tornaron amables, les sonrió y les dijo en tono amistoso:
-Disculpad mis modales chicos, pero es que habéis entrado en esta fábrica sin el permiso de mi jefe y habéis colocado un explosivo que ha acabado con la vida de cinco de mis hombres, cosa que no me molesta tanto como el hecho de que también habéis burlado mi sistema de seguridad sin haber hecho saltar alarma alguna. Sinceramente, os merecéis mi reconocimiento más absoluto.

Neegan retomó los aplausos enguantados bajando y subiendo a la vez la cabeza en señal de aprobación y conminó a sus hombres a que también reconocieran con sus aplausos el trabajo que habían realizado los dos hombres que se encontraban apoyados en aquella inmensa puerta fortificada. Sin ningún atisbo de duda éstos colgaron sus fusiles a la espalda y respondieron rápidamente con sus palmoteos y vítores a la orden recibida. Sus palmas rebotaban en las paredes del pasillo propagándose en todas direcciones, provocando un estruendo ensordecedor que se clavaba en los tímpanos de Enzo y Sandro. Éstos seguían apoyados en la puerta acorazada recibiendo con resignación los vítores de los hombres que tenían enfrente. La incertidumbre invadía sus cuerpos, no debido a si iban a morir o no, cosa que ya tenían bastante clara, sino sobre la forma que iba a usar Neegan para matarlos en cuanto estuvieran en sus manos. Ningún atisbo de esperanza se podía adivinar en sus ojos hasta que, repentinamente, el mini dron de vigilancia que los apuntaba comenzó a realizar varios giros extraños sobre su eje y a chocar contra las paredes del ancho pasillo, primero a derecha y luego a izquierda, para finalizar impactando en la cabeza de un miembro del equipo de seguridad de Neegan, quien atrapó con magníficos reflejos el artefacto volador justo cuando éste se dirigía a su cabeza. Sin que su cara reflejara ningún tipo de esfuerzo, éste cerró su puño hasta que el mini dron quedó triturado en su mano emitiendo pequeños destellos eléctricos mientras se descomponía.

Sandro y Enzo seguían la escena con estupefacción cuando, inexplicablemente, la puerta acorazada donde estaban apoyados se abrió, lo que provocó que cayeran de espaldas hacia la habitación que fielmente defendía aquella puerta, para que, a continuación, ésta volviera a cerrarse con ellos dos dentro, dejando a Neegan y a sus hombres desconcertados al otro lado.

La habitación en la que se encontraban estaba completamente a oscuras. Sandro se levantó del suelo con dificultad porque todavía le sangraba la pierna herida tras la explosión pero, aun así, tuvo fuerzas para ayudar a Enzo a incorporarse. Hacía mucho frio, como si estuvieran metidos dentro de un congelador. No se veía nada, solo se atisbaba oscuridad, aunque sí se percibía con bastante claridad a los hombres de Neegan aporrear la puerta y las llamadas desesperadas por los transmisores ordenando que se abriera aquella puerta:

-¡Está bloqueada señor, con total certeza le digo que alguien ha saboteado el sistema! -se recibía por los transmisores.

Ya dentro de la habitación el frio se tornaba insoportable. Enzo y Sandro buscaban a ciegas una salida que los liberara de aquella situación, pero era una misión imposible debido a tan acuciante oscuridad. Los golpes y gritos externos entraban débilmente en la habitación a través de la puerta acorazada, lo que hacía que ésta fuera la única manera de que Sandro y Enzo pudieran orientarse un poco. Hasta que, cuanto más desesperados estaban buscando a tientas una salida, las luces de la habitación comenzaron a encenderse una detrás de otra en correcta armonía, dejando iluminada la habitación y provocando una ceguera momentánea a los dos tipos que estaban allí encerrados.

-No creo en los milagros –dijo Enzo mientras recuperaba la visión. – Pero alguien nos está echando una mano y no creo que sea de la organización porque no saben que estamos aquí.
Pero Sandro no contestó.
-Sandro, ¿me estas escuchando? Venga, hay que buscar una salida antes de que...
Se hizo el silencio en la habitación.
Enzo y Sandro no podían creer lo que estaban contemplando en ese momento. Sus ojos dejaron de pestañear. Estaban estupefactos. Lo que había aparecido ante ellos era un regalo imposible de asimilar. Su batalla contra O2Maker cobraba sentido de nuevo porque lo que tenían delante lo cambiaba todo.
-¿Estás viendo lo mismo que yo? –dijo Enzo con voz temblorosa
-Llevo un rato asimilándolo… -respondió Sandro sorprendido –esto lo cambia todo tio, podríamos recuperar de nuevo la vida que perdieron nuestros padres…hay que avisar a la organización inmediatamente.
-No tenemos cobertura a esta profundidad para poder enviar las coordenadas con mi GPS –maldijo Enzo –Necesitamos salir a la superficie antes de que nos capturen pero no tenemos ni idea de cómo volver…

¡¡BANG!!

Un disparo seco tronó en la habitación y silenció para siempre la voz de Enzo. Su cuerpo sin vida cayó desplomado hacia adelante, golpeando bruscamente los pies de Sandro, que no podía apartar la mirada del agujero que el disparo había provocado en la nuca de su compañero.

Inconscientemente, Sandro se dejó caer de rodillas delante del cuerpo todavía caliente de su amigo y lo envolvió entre sus brazos. La garganta le quemaba de intentar reprimir las lagrimas y un grito de dolor abandonó lo más hondo de su alma.

-¡Lo habéis matado hijos de puta! ¡Lo habéis matado! –maldijo Sandro girándose en dirección al hombre que había matado a su amigo, el cual se encontraba todavía apuntando en su dirección con aquella pistola humeante.

Sandro recordó que no tenía tiempo que perder y que no servía de nada lamentarse. Su amigo no volvería nunca más y él tenía que enviar los datos de la ubicación donde se encontraban antes de que fuera demasiado tarde. Continuó gimiendo sobre la cabeza de su amigo con sus manos y pecho manchados de sangre e introdujo con disimulo la mano derecha en el bolsillo lateral del pantalón de camuflaje que llevaba puesto su amigo, recogiendo el pequeño dispositivo de su interior e introduciendo éste en el interior de sus propios calzoncillos.

-Ooooh, ¡qué escena más tierna! Eres un gran amigo ¿sabes? Yo nunca he tenido una amistad como la vuestra pero porque no creo en la amistad verdadera. Las personas simplemente se unen a otras porque buscan algo que les interesa, es pura conveniencia, puro interés, simplemente. Estoy convencido de que tu amigo estaba unido a ti porque tenias algo que ofrecerle, quizás le gustaba tu mujer, o alguno de tus hijos –dijo Neegan sonriendo. –Chicos –siguió Neegan dirigiéndose a sus hombres -creo que esto se merece otro aplauso, enfundad vuestras pistolas y ovacionad a este tío por ser tan buen amigo. Vamos, no perdáis tiempo, ¡aplaudid! –ordenó Neegan chillando.

Y de nuevo, como había ocurrido anteriormente en el pasillo, comenzaron los vítores y aplausos. Sandro no salía de su asombro ante lo que estaba viviendo. Ni en sus peores pesadillas pensaba que lo que estaba ocurriendo en aquella habitación le podría pasar a él. La situación lo superaba por instantes y cada aplauso era una puñalada directa al corazón, hasta que no pudo más y estalló:

-¡Basta ya! ¡Dejad de aplaudir malditos bastardos! –dijo Sandro poniéndose en pie y encarándose con los hombres que tenía delante. ¿No habéis tenido ya bastante? ¿Disfrutáis con lo que estáis viendo? ¡Si vais a acabar conmigo hacedlo ya! ¡Matadme de una puta vez!

Pero los hombres de Neegan no dejaron de aplaudir hasta que su jefe alzó la mano para que se detuvieran.
-¿De verdad quieres morir ya? –preguntó Neegan malhumorado por el escaso interés que mostraba su rehén por sobrevivir.
-Sé desde el momento en que comenzó a sonar la alarma que no saldría con vida de aquí, así que te ruego que acabes con esta horrible pesadilla de una vez –reclamó Sandro resignado a su suerte.
-Pues esto se acabará cuando yo lo diga, mi diversión no ha terminado, y para que veas que soy benévolo, voy a concederte algo que nunca has tenido. Voy a permitirte ver la luz del día –lo dijo y mostró con lentitud algo parecido a una sonrisa que mostraba los pocos dientes que aún le quedaban indemnes.

¡¡Llevadlo a la superficie!!


El sol no había asomado aun por el este y Sandro se encontraba sentado en el suelo atado de pies y manos. Otra cuerda rodeaba su cuerpo y lo mantenía pegado a la base de la chimenea central de aquella inmensa fábrica de O2Maker.

Todas las fábricas de O2Maker tenían la misma característica en común, tres grandes chimeneas centrales de doscientos metros de altura cada una, separadas entre sí unos cincuenta metros y unidas a la chimenea central por una estrecha pasarela de acero que solo se usaba para labores de mantenimiento. Su típica silueta podía divisarse a varios kilómetros a la redonda y existía una fábrica de O2Maker por cada cincuenta mil habitantes en todos los países desarrollados del mundo.

Sandro se encontraba recuperando la consciencia muy lentamente cuando se percató de su situación. Su dura oposición a que lo llevaran a la superficie le había supuesto que los hombres de Neegan le recompensaran con una fuerte paliza que lo había dejado inconsciente. Sus ojos borrosos solo podían divisar en la lejanía el esbozo de una ciudad pobremente iluminada que se situaba a los pies del monte donde se encontraba la fábrica y un mar verdoso en calma que parecía proteger aquella ciudad por ambos lados. Se observaban desde allí los altos diques que se habían construido alrededor de la ciudad, similares a los que Holanda había construido a mediados del siglo XX en el norte de su país y que permitía a una gran parte de su población vivir por debajo del nivel del mar. Estos diques eran muy necesarios para combatir el exagerado aumento que el nivel del mar había experimentado en los últimos años y que había hecho desaparecer gran parte de aquellas ciudades costeras que no habían sido previsoras y no habían levantado estos muros de cemento y acero alrededor de sus ciudades. Aquella ciudad le resultaba extrañamente familiar a pesar de que nunca había paseado por sus calles. La geografía de la zona que tenia frente a sus ojos no dejaba duda alguna de que era tal y como mostraban los mapas que había analizado y estudiado con rigor antes de proceder a infiltrase en aquella instalación con Enzo. Aunque había zonas que el mar Mediterráneo se había tragado, no le resultó difícil adivinar dónde se encontraban unos antiguos terrenos ganados al mar que, por caprichos del destino, habían sido devueltos a su hábitat primitiva obligatoriamente. Pensó que la naturaleza siempre se cobraba los daños que los humanos le provocaban, como una restauración del equilibrio similar a la balanza del karma. Le hubiera encantado que Enzo estuviera allí con él, vivo, aunque tras meditarlo brevemente, deseó encontrarse en la situación de su compañero. Éste le había servido de apoyo desde que decidió enrolarse en TreePeace hace ya más de 25 años y, desde entonces, ellos y sus respectivas familias, ambas de origen italiano, se habían convertido en inseparables.

Sandro miró con dificultad hacia el horizonte y se percató de que nunca había visto ningún tipo de ave surcar el cielo y pensó que una zona costera como aquella debía haber estado plagada de esas aves marinas llamadas gaviotas que aparecían en los libros antiguos. En su tímida consciencia empezó a rememorar los cuentos sobre pájaros y otros animales que les narraba su madre a él y sus hermanos y recordaba la cara de asombro que ponía su hijo Paolo cuando él mismo le contaba las mismas historias. Sus padres si habían tenido la suerte de interactuar con aquellos animales de los cuentos e, incluso, habían adoptado como mascota a un perro que había convivido con ellos durante quince años como si fuera un miembro más de la familia. Pero eso ya nunca más volvería a ocurrir, nunca más volverían a poblar la Tierra todos esos animales de los cuentos porque ya estaban extinguidos, y todo debido a la empresa a la que estaban combatiendo y contra la que habían perdido.

Estaba empezando a notar cómo su cuerpo comenzaba a sudar en exceso. No había amanecido aún pero la temperatura debía rondar los 45ºC aproximadamente cuando Sandro recuperó la consciencia y observó que se encontraba desnudo, a excepción de unas pequeñas mallas cortas refrigeradas que llevaba siempre puestas cada vez que salían a realizar una misión, y su cinturón OxiBelt, para que pudiera seguir respirando al aire libre, ya que la concentración de oxigeno en el aire había bajado del 21% a menos del 5% en los últimos sesenta años, lo que hacía inviable la proliferación de vida animal y vegetal. 
El OxiBelt era un sofisticado cinturón desarrollado por la misma empresa contra la que habían combatido. De su parte delantera salían dos trinchas que subían hasta los hombros y bordeaban estos para volver a unirse al cinturón por su parte posterior. Estaba compuesto por grafino, un material duro y elástico que la propia empresa había diseñado en su centro de investigación y desarrollo. Las trinchas y el cinturón tenían dos centímetros de grosor y estaban comunicados entre sí en su parte interna. El cinturón albergaba en su interior minúsculas bombonas que almacenaban el oxígeno artificial que O2Maker se encargaba de sintetizar en sus fábricas. Cuando el oxígeno artificial estaba a punto de agotarse, un molesto pitido emergía del cinturón cada dos horas, reduciéndose este intervalo de tiempo proporcionalmente a la reducción del oxigeno artificial disponible en el OxiBelt, que llegaba a sonar en su límite más bajo hasta doce veces por minuto. Una persona disponía aproximadamente de seis horas de tiempo límite para recargar su OxiBelt desde el momento en que éste comenzaba a pitar. Para recargarlo era obligatorio acercarse a una de las fábricas de O2Maker y sentarse en uno de los cientos de “cargadores” que se situaban en la parte externa de los muros defensivos que rodeaban estas instalaciones. Estos “cargadores” tenían el tamaño de las antiguas cabinas telefónicas que habían poblado la tierra antes de la irrupción de la telefonía móvil a principios del siglo XXI aunque tenían forma elíptica en vez de rectangular y sus cristales eran transparentes. Era muy sencillo para los usuarios del OxiBelt proceder a su recarga ya que solo había que meterse en la cabina y sentarse en el cómodo sillón que había dentro con el cinturón puesto. El sillón detectaba al usuario del OxiBelt y conectaba automáticamente con éste para proceder a su recarga. Este proceso duraba tan sólo cinco minutos, los cual era un alivio para los usuarios, ya que versiones anteriores del cinturón llegaban a tardar hasta 30 minutos en realizar una simple recarga.

Cuando se realizaba el proceso de inspiración, el oxígeno artificial fluía por la parte superior de las trinchas que rodeaban los hombros y éste era captado por un pequeño dispositivo que se colocaba encima de la nariz por atracción. El OxiBelt dejaba de emitir oxígeno artificial cuando comprobaba que el usuario estaba realizando el proceso de expiración, y así sucesivamente.

Cada OxiBelt era intrasferible y personal. Éste detectaba el ADN de su usuario y cotejaba con su base de datos interna, la cual se hallaba en la parte delantera del cinturón, si el portador era realmente el dueño de ese dispositivo. El usuario tenía la obligación de pagar una generosa cantidad por el préstamo del cinturón que incluía todas las recargas. Esta cantidad era comúnmente conocida como “la cuota” y había que abonarla para poder seguir teniendo la posibilidad de seguir respirando y, por lo tanto, de seguir viviendo.

Faltaban pocos minutos para que el sol asomara por detrás de aquel mar verdoso extrañamente calmado y la temperatura seguía subiendo a un ritmo vertiginoso.

-“Maldito Neegan” –pensó Sandro cuando se dio cuenta de la intención de éste. “Quiere que muera abrasado”
-¡Despierta y admira el amanecer joder! –gritó Neegan mientras abofeteaba a Sandro en la cara. ¡No quiero que te pierdas este bello paisaje!

Neegan se había preocupado de no dejar visible ninguna parte de su cuerpo para poder salir a la superficie con total seguridad. Botas de cuero refrigeradas color marrón preparadas para repeler la radiación, pantalón largo y camiseta de manga larga refrigeradas con un diseño pixelado de tonos verdes boscoso, los guantes oscuros que llevaba puestos desde hacia unas horas, una gorra vieja y estropeada  con el dibujo bordado del escudo de un prestigioso equipo de futbol, un pasamontañas negro refrigerado y unas gafas de sol superpuestas al pasamontañas y amarradas a las patillas por una ancha cinta elástica que bordeaba su cabeza. Estaba completamente cubierto de pies a cabeza y había cuidado hasta el mas mínimo detalle para que su piel no fuera alcanzada por los dañinos rayos del sol. Por supuesto, no había olvidado abrocharse a la cintura su cinturón OxiBelt, el cual era una versión mejorada  de éste que permitía más horas de autonomía y que solo era accesible para los trabajadores de las fábricas de O2Maker.

Neegan venía acompañado de Markus Jones, su más fiel empleado y mano derecha de éste en todos los temas relativos a la seguridad de la empresa y el que ponía la coherencia y la cordura en las decisiones de su jefe. Tenía aproximadamente la edad de Neegan, cercano a los cincuenta años, y estaba ataviado con un uniforme militar antiguo que había encontrado en aquella fortaleza donde ahora estaba ubicada aquella fábrica y que antiguamente sirvió como base de alojamiento a una unidad de artillería del ejército español.

-Por favor Jefe, no es necesario hacer esto así –dijo Markus a Neegan asustado de lo que iba a ocurrir. Péguele un disparo rápido y acabe con esto aquí y ahora.
-Joder Markus cierra la boca de una vez, me estás cortando el rollo tío, esto es lo único que ayuda a vivir. Me paso meses y meses esperando ocasiones como esta para darle un poco de sentido a esta mierda de existencia y, ¿vas a venir tu a joderme estos pequeños ratos de diversión? –respondió Neegan visiblemente enfurecido con Markus.
-Pero Jefe, si el Sr. Morato de Tapia se entera de lo que va a pasar aquí sin su consentimiento, van a rodar cabezas, sabes que no está de acuerdo con tus estrictos métodos de castigo y…
-¡Calla, calla, calla! –interrumpió Neegan a Markus gritando. ¡El maldito viejo no se va a enterar de nada! ¡Se ha vuelto loco desde que murió su hijo y sabes que ahora se encuentra en Cádiz buscando a la puta de su sobrina perdida para pedirle perdón o yo que sé lo que se le ha perdido allí al viejo! Además, ¡quiero que dejes de hablar, me estas provocando dolor de cabeza Markus! –vociferó Neegan enfadado.

Sandro estaba escuchando atónito la conversación y pensaba que Markus Jones se estaba jugando demasiado su pellejo. Comprobó cómo éste agachaba la cabeza y reprimía sus palabras en señal de lealtad a su jefe.

Y, de pronto, recuperado totalmente de la bofetada que Neegan le acababa de propinar, recordó el GPS que se había guardado bajo los calzoncillos. Lo notaba entre sus piernas y sabia que su misión solo tendría sentido si conseguía enviar aquellas coordenadas. Pero sus manos estaban atadas. Tenía que pensar algo rápido antes de que la radiación ultravioleta comenzara a despellejar su cuerpo. Tenía que desatarse para poder pulsar ese botón que enviase las coordenadas al espacio y las recibieran las personas de su organización. Rápidamente improvisó un plan.

¡Bravo Neegan! –dijo Sandro forzando a continuación una carcajada. ¡Jamás lo hubiese imaginado pero has conseguido que alguien se preocupe por ti! –dijo en tono burlón.
-¿Preocupado por mi? –preguntó Neegan sonriendo. Este tío solo está a mi lado porque sabe que algún día, si muero antes que él, se convertirá en el máximo responsable de mi empresa de seguridad. Todo lo que nos mueve es la ambición, no hay ningún ápice de amistad en esta relación ni…
-No estoy de acuerdo con usted Jefe –replicó rápidamente Markus con voz gentil dejando a Neegan con la palabra en la boca.
-¡He dicho que te calles! –gritó Neegan colérico, girándose sobre sí mismo y agarrando a Markus por la garganta con una mano y su cinturón Oxibelt con la otra. Markus no podía respirar, sus intentos por hacerlo eran vanos y su cara estaba tornándose azulada.

-¿Cuánto tiempo puedes aguantar sin respirar Markus? Y, tras decir eso, arrancó violentamente el Oxibelt de su empleado y lo arrojó al suelo con fuerza, rompiendo este en tres pedazos. A continuación, lo elevó del suelo con la mano que tenia agarrada su garganta, lo miró desafiante durante lo que fueron para Markus cinco eternos segundos y lo soltó. Su fiel compañero cayó de espaldas sobre los pies de Sandro, que miraba estupefacto la escena. Se levantó lo más rápido que pudo y salió corriendo en dirección a la puerta que daba acceso al interior de las instalaciones luchando por no morir asfixiado.

-Esto es lo que le hago yo a mis amigos –sentenció Neegan mirando fijamente a Sandro. Ambos se miraron fijamente en completo silencio, hasta que Sandro comenzó a reir forzando una sonora carcajada que rompió aquel incómodo silencio.
-¡De verdad Neegan, esto ha sido un auténtico espectáculo! ¡Gracias por este regalo antes de morir! –fingió Sandro riendo.
Neegan lo miraba incrédulo y pensó que Sandro estaba sufriendo un pequeño pasaje de locura previo al que sabe con certeza que va a morir. Cosa la cual le encantó y no pudo reprimir una sonora carcajada que se unió a la de su prisionero.

-¿Sabes que pienso?-continuó Sandro mientras seguía riendo. Pienso que este momento si que se merece un fortísimo aplauso.

Neegan asintió y comenzó a dar aplausos mientras reía. Sandro hizo el intento de aplaudir también, pero las cadenas con las que tenia atadas las manos impedían que estas pudieran tocarse.
-Neegan por favor, desátame las manos para poder aplaudirte, no puedo escaparme, sigo atado por los pies –dijo Sandro riéndose. Pero antes de que pudiera terminar la frase, Neegan ya había liberado sus manos de las cadenas que lo ataban.

Ahora sí, Sandro comenzó a reir de verdad, su sonrisa ya no era forzada, le inundaba la satisfacción de haber conseguido que su plan para liberar sus manos saliese bien, pero aun tenía que coger el GPS.

Entre tanta carcajada Sandro no se había percatado de que el sol se encontraba fuera en su mayor parte y que solo faltaban un par de minutos para que amaneciese completamente. Sin embargo, sus ojos ya empezaban a dolerle. Su retina estaba sufriendo los efectos de los rayos del sol a pesar de que sus parpados se encontraban cerrados y un dolor agudo empezaba a brotar en el interior de su cabeza. Sabía que se quedaría ciego en menos de cinco minutos y hubiera deseado con todas sus fuerzas llevar puestas unas gafas como las que utilizaba su guardián, las cuales podían soportar aproximadamente una hora de exposición a la radiación solar antes de que se provocasen los primeros efectos dañinos.

-Bueno, se acabó la fiesta –sentenció Neegan. Veamos cuánto eres capaz de aguantar aquí arriba –una sonrisa placentera se podía imaginar detrás de su pasamontañas.

Sandro dejó de aplaudir y reír y se resignó a su mala suerte. La piel de su cuerpo comenzaba a ponerse rojiza y sabía que, si por algún milagro conseguía escapar de aquella situación, las secuelas que sufriría serian irreversibles. Su débil cuerpo transpiraba cada vez más intentando refrescarse inútilmente ya que este sudor se evaporaba en cuestión de segundos. Todavía notaba el dolor de las esquirlas de metralla que tenia incrustadas en el gemelo de la pierna debido a la descontrolada detonación de la carga  que había sufrido hacía ya varias horas, aunque ese dolor no era nada comparable al que empezaba a notar por todo su torso. Su piel se estaba abrasando y un ligero olor a vello calcinado acariciaba sutilmente su nariz. Su Oxibelt emitió un pitido que le recordó que solo disponía de seis horas más de oxigeno artificial.

-“Maldito destino, nunca pensé que moriría así” –se dijo Sandro a sí mismo.

Neegan lo observaba fascinado y en silencio. Su cara exaltada reflejaba su deleite. Le encantaban aquellos momentos y deseaba disfrutar de ellos con más asiduidad de lo que normalmente lo hacía. Su cuerpo, protegido, sentía el calor del exterior, pero nada más. La ropa que llevaba puesta estaba preparada para soportar un par de horas la radiación solar gracias a un complejo sistema de refrigeración que se activaba cuando notaba que la temperatura del cuerpo aumentaba a 37ºC. Nada podía salirle mal.

Sandro se estaba quemando, su piel despellejada y chamuscada se estaba muriendo y sus ojos ya no veían nada. No paraba de retorcerse y gritar de dolor. Intentaba tapar con sus manos las partes de su cuerpo que más le dolían, pero todo era en vano, su fin se estaba acercando y por su cabeza comenzaron a desfilar todos los grandes momentos que había tenido en su vida. El nacimiento de su hijo, el día que conoció a su mujer, aquel invierno en el Amazonas donde pudo ver junto a Enzo a “El Último Árbol” días antes de que fuera destruido por O2Maker…

Su corazón estaba latiendo muy débil y su cuerpo humeante se llenaba de ampollas. Sacó fuerzas de su interior para mover el brazo e introdujo su mano derecha en el interior de sus calzoncillos y notó cómo el GPS le ardía en la mano. Lo sacó de su escondite y pulsó aquel preciado botón. Todo el esfuerzo había merecido la pena, ya podía morir tranquilo porque su organización se pondría manos a la obra en cuanto descubrieran aquellas coordenadas enviadas. Era primordial que encontraran aquella habitación que podría cambiar el curso de su batalla con O2Maker y, como premio mayor, cambiar el curso de la vida. Habían dado su existencia y deseaba que hubiera merecido la pena. Se sintió tentado de enseñarle a Neegan el GPS y lanzar al aire una última carcajada de triunfo, pero pensó que desaparecería el factor sorpresa en caso de que la organización decidiera actuar, por lo que lo volvió a aferrar en su mano.

Todo había acabado. Su corazón se estaba apagando.

El Oxibelt de Sandro emitió un pitido continuo…se había desconectado tras no recibir su pulso cardíaco.
-¡Impresionante! ¡38 minutos y 43 segundos! ¡Nuevo Récord! –dijo Neegan sorprendido mientras se acercaba a Sandro y besaba su cabeza chamuscada.