CAPITULO 1
-¡Corre más rápido Sandro,
nos van a alcanzar! -gritó Enzo jadeando.
-¡No puedo más Enzo, tengo
metralla en la puta pierna y me estoy desangrando! -respondió Sandro con
dificultad-. ¡No sé cómo ha podido fallar la carga tío, no me lo explico, yo
mismo comprobé la fecha y el lote de la pólvora como hago siempre antes de
preparar un explosivo!
Los disparos que estaban
recibiendo retumbaban por encima de sus cabezas y cada vez se oían más cercanos
los pasos del equipo de seguridad de la empresa "Oxigen Security" que
los estaban acorralando.
Se encontraban bajo tierra
a unos doscientos metros de la superficie, encerrados en un laberinto de
amplios pasillos de hormigón y huyendo de sus perseguidores sin saber muy bien
a dónde dirigirse. El explosivo incendiario que Sandro había preparado detonó
antes de que pudieran haberse puesto a resguardo en el exterior de las modernas
instalaciones de "O2Maker", lo que provocó que saltaran todas las
alarmas con ellos dos en el interior del recinto. El plan se había ido al
traste y, aunque su instinto de supervivencia les obligaba a huir, ambos sabían
que no volverían a ver a sus familiares y amigos nunca más.
-¡Tenéis que detenerlos
ya! ¡Se están acercando demasiado! -ordenó una voz metálica que procedía del
walkie-talkie de uno de los perseguidores.
Tras una frenética huida
que se había prolongado más de diez minutos, llegaron a un pasillo en el que se
encontraba una puerta acorazada al final de éste. No había ningún tipo de
escapatoria, ni un solo conducto de ventilación por el que trepar, ni ninguna
otra puerta por la que escabullirse, no había ningún otro tipo de esperanza.
Estaban solos ellos, la puerta y un mini dron del tamaño de un puño que
realizaba funciones de cámara de seguridad y que no había dejado de
perseguirlos desde que comenzara la escapatoria.
-¡Estamos muertos Enzo!
¡Estamos muertos! -dijo Sandro impotente al ver que la puerta no se desplazaba
por más que la empujaba.
-¡Por favor, deja de
lamentarte y ayúdame a abrir la maldita puerta! -gritó Enzo harto de las quejas
de su compañero
-¡Lo intento pero el
decodificador no funciona con esta puerta! Debe de haber un inhibidor de
señales en la zona que me está impidiendo obtener el código de entrada!
Enzo probó suerte
insertando varias claves al azar. Aunque sabía que la probabilidad de acertar
era infinita, su desesperación lo llevó a intentarlo una y otra vez sin éxito
alguno.
El tiempo se les había
acabado. Una veintena de hombres de Oxigen Security se encontraban en el
pasillo apuntándolos con fusiles de asalto HK de 5.56 mm a unos escasos quince
metros de distancia. Instintivamente Sandro y Enzo sacaron sus pistolas y
apuntaron a también a los hombres que tenían enfrente. La tensión era evidente
en la cara de los pistoleros de ambos bandos y un silencio improvisado,
interrumpido solamente por la respiración ajetreada de los allí presentes,
inundó el que hasta hace escasos segundos había sido un ruidoso pasillo.
-¡Tirad las armas al suelo
ahora! -vociferó un componente anónimo de Oxigen Security. -¡Si os negáis va a
ser muchísimo más doloroso para vosotros, eso os lo aseguro!
Sandro y Enzo estaban
petrificados, la situación se había vuelto irreversible y sus bocas no les
dejaban articular palabra alguna. Enzo miró a su compañero y, tras comprobar
que no había ningún atisbo de esperanza, asintió con la cabeza a este para que soltaran
sus pistolas, tras lo que ambos se agacharon y las colocaron con cuidado en el
suelo.
<<PLAS, PLAS, PLAS,
PLAS>> un aplauso enguantado originado por alguien de la multitud que los
apuntaba, sonó lentamente a razón de una palmada por segundo. Era un aplauso de
reconocimiento y asombro.
-No sé como lo habéis
logrado, pero estoy gratamente sorprendido ya que nunca pensé que alguien
pudiera llegar tan lejos. Creo que debo revisar mi sistema de vigilancia
minuciosamente. -dijo la voz anónima mientras continuaba aplaudiendo.
La persona que hablaba
destacaba entre todas las demás debido a su tamaño y corpulencia. Su talla
sobrepasaba los dos metros de altura con total seguridad y tenía la envergadura
de dos adultos fornidos. Empezó a caminar hacia la puerta en dirección a los
dos infiltrados que se encontraban apoyados en ésta y la luz del pasillo ayudó
a vislumbrar la cara de aquella extraña persona que se había erigido en el
portavoz de aquel grupo.
-¡Joder es Carl Neegan! ¿qué
demonios hace este tío aquí? –susurró Enzo a Sandro con voz temblorosa.
Carl Neegan era el máximo
responsable de seguridad de Oxigen Security, empresa creada por O2Maker para
llevar a cabo todas las labores de defensa y seguridad de las fábricas que ésta
tenia ubicadas alrededor del mundo. Pero por lo que realmente era conocido
Neegan entre todos sus empleados era por su carácter cruel y déspota, salpicado
por un ligero toque de humor negro del que hacía gala cada vez que tenía
ocasión. Su profunda admiración a la Alemania nazi de la Segunda Guerra Mundial
generó en él una profunda devoción a su dictador Adolf Hitler, al que
homenajeaba luciendo cada día un pequeño y corto bigote que, a duras penas,
conseguía ocultar la cicatriz que le bajaba verticalmente desde el lugar donde
supuestamente debía de estar su nariz, hasta la barbilla, dividiendo en dos sus
labios superior e inferior. Su aspecto provocaba terror en la gente que lo
miraba, cosa que él sabia y le provocaba un estado de placer extraordinario.
-Algo muy gordo debe estar
tramándose en esta fábrica de O2Maker para que Neegan se encuentre aquí
-respondió Sandro incrédulo ante lo que estaban viendo sus ojos. Nadie de su
organización conocía el paradero de Neegan desde la última vez que lo vieron en
Brasil hacia ya más de tres años y verlo allí los descolocó por completo.
-¡Callaros la jodida boca
malditos cabrones! -gritó Neegan enfadado mientras miraba con ojos coléricos a
Sandro y Enzo.
De repente, sus ojos
coléricos cambiaron y se tornaron amables, les sonrió y les dijo en tono
amistoso:
-Disculpad mis modales
chicos, pero es que habéis entrado en esta fábrica sin el permiso de mi jefe y
habéis colocado un explosivo que ha acabado con la vida de cinco de mis
hombres, cosa que no me molesta tanto como el hecho de que también habéis
burlado mi sistema de seguridad sin haber hecho saltar alarma alguna.
Sinceramente, os merecéis mi reconocimiento más absoluto.
Neegan retomó los aplausos
enguantados bajando y subiendo a la vez la cabeza en señal de aprobación y
conminó a sus hombres a que también reconocieran con sus aplausos el trabajo
que habían realizado los dos hombres que se encontraban apoyados en aquella
inmensa puerta fortificada. Sin ningún atisbo de duda éstos colgaron sus
fusiles a la espalda y respondieron rápidamente con sus palmoteos y vítores a
la orden recibida. Sus palmas rebotaban en las paredes del pasillo propagándose
en todas direcciones, provocando un estruendo ensordecedor que se clavaba en
los tímpanos de Enzo y Sandro. Éstos seguían apoyados en la puerta acorazada
recibiendo con resignación los vítores de los hombres que tenían enfrente. La
incertidumbre invadía sus cuerpos, no debido a si iban a morir o no, cosa que
ya tenían bastante clara, sino sobre la forma que iba a usar Neegan para
matarlos en cuanto estuvieran en sus manos. Ningún atisbo de esperanza se podía
adivinar en sus ojos hasta que, repentinamente, el mini dron de vigilancia que
los apuntaba comenzó a realizar varios giros extraños sobre su eje y a chocar
contra las paredes del ancho pasillo, primero a derecha y luego a izquierda,
para finalizar impactando en la cabeza de un miembro del equipo de seguridad de
Neegan, quien atrapó con magníficos reflejos el artefacto volador justo cuando
éste se dirigía a su cabeza. Sin que su cara reflejara ningún tipo de esfuerzo,
éste cerró su puño hasta que el mini dron quedó triturado en su mano emitiendo
pequeños destellos eléctricos mientras se descomponía.
Sandro y Enzo seguían la
escena con estupefacción cuando, inexplicablemente, la puerta acorazada donde
estaban apoyados se abrió, lo que provocó que cayeran de espaldas hacia la
habitación que fielmente defendía aquella puerta, para que, a continuación,
ésta volviera a cerrarse con ellos dos dentro, dejando a Neegan y a sus hombres
desconcertados al otro lado.
La habitación en la que se
encontraban estaba completamente a oscuras. Sandro se levantó del suelo con
dificultad porque todavía le sangraba la pierna herida tras la explosión pero,
aun así, tuvo fuerzas para ayudar a Enzo a incorporarse. Hacía mucho frio, como
si estuvieran metidos dentro de un congelador. No se veía nada, solo se
atisbaba oscuridad, aunque sí se percibía con bastante claridad a los hombres
de Neegan aporrear la puerta y las llamadas desesperadas por los transmisores
ordenando que se abriera aquella puerta:
-¡Está bloqueada señor, con total certeza le digo que alguien ha
saboteado el sistema! -se recibía por los transmisores.
Ya dentro de la habitación
el frio se tornaba insoportable. Enzo y Sandro buscaban a ciegas una salida que
los liberara de aquella situación, pero era una misión imposible debido a tan
acuciante oscuridad. Los golpes y gritos externos entraban débilmente en la
habitación a través de la puerta acorazada, lo que hacía que ésta fuera la
única manera de que Sandro y Enzo pudieran orientarse un poco. Hasta que,
cuanto más desesperados estaban buscando a tientas una salida, las luces de la
habitación comenzaron a encenderse una detrás de otra en correcta armonía,
dejando iluminada la habitación y provocando una ceguera momentánea a los dos
tipos que estaban allí encerrados.
-No creo en los milagros
–dijo Enzo mientras recuperaba la visión. – Pero alguien nos está echando una
mano y no creo que sea de la organización porque no saben que estamos aquí.
Pero Sandro no contestó.
-Sandro, ¿me estas
escuchando? Venga, hay que buscar una salida antes de que...
Se hizo el silencio en la
habitación.
Enzo y Sandro no podían
creer lo que estaban contemplando en ese momento. Sus ojos dejaron de
pestañear. Estaban estupefactos. Lo que había aparecido ante ellos era un
regalo imposible de asimilar. Su batalla contra O2Maker cobraba sentido de
nuevo porque lo que tenían delante lo cambiaba todo.
-¿Estás viendo lo mismo
que yo? –dijo Enzo con voz temblorosa
-Llevo un rato
asimilándolo… -respondió Sandro sorprendido –esto lo cambia todo tio, podríamos
recuperar de nuevo la vida que perdieron nuestros padres…hay que avisar a la
organización inmediatamente.
-No tenemos cobertura a
esta profundidad para poder enviar las coordenadas con mi GPS –maldijo Enzo
–Necesitamos salir a la superficie antes de que nos capturen pero no tenemos ni
idea de cómo volver…
¡¡BANG!!
Un disparo seco tronó en
la habitación y silenció para siempre la voz de Enzo. Su cuerpo sin vida cayó
desplomado hacia adelante, golpeando bruscamente los pies de Sandro, que no
podía apartar la mirada del agujero que el disparo había provocado en la nuca
de su compañero.
Inconscientemente, Sandro
se dejó caer de rodillas delante del cuerpo todavía caliente de su amigo y lo
envolvió entre sus brazos. La garganta le quemaba de intentar reprimir las
lagrimas y un grito de dolor abandonó lo más hondo de su alma.
-¡Lo habéis matado hijos
de puta! ¡Lo habéis matado! –maldijo Sandro girándose en dirección al hombre
que había matado a su amigo, el cual se encontraba todavía apuntando en su
dirección con aquella pistola humeante.
Sandro recordó que no tenía
tiempo que perder y que no servía de nada lamentarse. Su amigo no volvería
nunca más y él tenía que enviar los datos de la ubicación donde se encontraban
antes de que fuera demasiado tarde. Continuó gimiendo sobre la cabeza de su
amigo con sus manos y pecho manchados de sangre e introdujo con disimulo la
mano derecha en el bolsillo lateral del pantalón de camuflaje que llevaba
puesto su amigo, recogiendo el pequeño dispositivo de su interior e
introduciendo éste en el interior de sus propios calzoncillos.
-Ooooh, ¡qué escena más
tierna! Eres un gran amigo ¿sabes? Yo nunca he tenido una amistad como la vuestra
pero porque no creo en la amistad verdadera. Las personas simplemente se unen a
otras porque buscan algo que les interesa, es pura conveniencia, puro interés,
simplemente. Estoy convencido de que tu amigo estaba unido a ti porque tenias
algo que ofrecerle, quizás le gustaba tu mujer, o alguno de tus hijos –dijo
Neegan sonriendo. –Chicos –siguió Neegan dirigiéndose a sus hombres -creo que
esto se merece otro aplauso, enfundad vuestras pistolas y ovacionad a este tío
por ser tan buen amigo. Vamos, no perdáis tiempo, ¡aplaudid! –ordenó Neegan
chillando.
Y de nuevo, como había
ocurrido anteriormente en el pasillo, comenzaron los vítores y aplausos. Sandro
no salía de su asombro ante lo que estaba viviendo. Ni en sus peores pesadillas
pensaba que lo que estaba ocurriendo en aquella habitación le podría pasar a
él. La situación lo superaba por instantes y cada aplauso era una puñalada
directa al corazón, hasta que no pudo más y estalló:
-¡Basta ya! ¡Dejad de
aplaudir malditos bastardos! –dijo Sandro poniéndose en pie y encarándose con
los hombres que tenía delante. ¿No habéis tenido ya bastante? ¿Disfrutáis con
lo que estáis viendo? ¡Si vais a acabar conmigo hacedlo ya! ¡Matadme de una
puta vez!
Pero los hombres de Neegan
no dejaron de aplaudir hasta que su jefe alzó la mano para que se detuvieran.
-¿De verdad quieres morir
ya? –preguntó Neegan malhumorado por el escaso interés que mostraba su rehén
por sobrevivir.
-Sé desde el momento en
que comenzó a sonar la alarma que no saldría con vida de aquí, así que te ruego
que acabes con esta horrible pesadilla de una vez –reclamó Sandro resignado a
su suerte.
-Pues esto se acabará
cuando yo lo diga, mi diversión no ha terminado, y para que veas que soy
benévolo, voy a concederte algo que nunca has tenido. Voy a permitirte ver la
luz del día –lo dijo y mostró con lentitud algo parecido a una sonrisa que
mostraba los pocos dientes que aún le quedaban indemnes.
¡¡Llevadlo a la
superficie!!
El sol no había asomado
aun por el este y Sandro se encontraba sentado en el suelo atado de pies y
manos. Otra cuerda rodeaba su cuerpo y lo mantenía pegado a la base de la
chimenea central de aquella inmensa fábrica de O2Maker.
Todas las fábricas de
O2Maker tenían la misma característica en común, tres grandes chimeneas
centrales de doscientos metros de altura cada una, separadas entre sí unos
cincuenta metros y unidas a la chimenea central por una estrecha pasarela de
acero que solo se usaba para labores de mantenimiento. Su típica silueta podía
divisarse a varios kilómetros a la redonda y existía una fábrica de O2Maker por
cada cincuenta mil habitantes en todos los países desarrollados del mundo.
Sandro se encontraba
recuperando la consciencia muy lentamente cuando se percató de su situación. Su
dura oposición a que lo llevaran a la superficie le había supuesto que los
hombres de Neegan le recompensaran con una fuerte paliza que lo había dejado
inconsciente. Sus ojos borrosos solo podían divisar en la lejanía el esbozo de
una ciudad pobremente iluminada que se situaba a los pies del monte donde se
encontraba la fábrica y un mar verdoso en calma que parecía proteger aquella
ciudad por ambos lados. Se observaban desde allí los altos diques que se habían
construido alrededor de la ciudad, similares a los que Holanda había construido
a mediados del siglo XX en el norte de su país y que permitía a una gran parte
de su población vivir por debajo del nivel del mar. Estos diques eran muy
necesarios para combatir el exagerado aumento que el nivel del mar había
experimentado en los últimos años y que había hecho desaparecer gran parte de
aquellas ciudades costeras que no habían sido previsoras y no habían levantado estos
muros de cemento y acero alrededor de sus ciudades. Aquella ciudad le resultaba
extrañamente familiar a pesar de que nunca había paseado por sus calles. La
geografía de la zona que tenia frente a sus ojos no dejaba duda alguna de que
era tal y como mostraban los mapas que había analizado y estudiado con rigor
antes de proceder a infiltrase en aquella instalación con Enzo. Aunque había
zonas que el mar Mediterráneo se había tragado, no le resultó difícil adivinar
dónde se encontraban unos antiguos terrenos ganados al mar que, por caprichos
del destino, habían sido devueltos a su hábitat primitiva obligatoriamente.
Pensó que la naturaleza siempre se cobraba los daños que los humanos le provocaban,
como una restauración del equilibrio similar a la balanza del karma. Le hubiera
encantado que Enzo estuviera allí con él, vivo, aunque tras meditarlo
brevemente, deseó encontrarse en la situación de su compañero. Éste le había
servido de apoyo desde que decidió enrolarse en TreePeace hace ya más de 25
años y, desde entonces, ellos y sus respectivas familias, ambas de origen
italiano, se habían convertido en inseparables.
Sandro miró con dificultad
hacia el horizonte y se percató de que nunca había visto ningún tipo de ave
surcar el cielo y pensó que una zona costera como aquella debía haber estado
plagada de esas aves marinas llamadas gaviotas que aparecían en los libros
antiguos. En su tímida consciencia empezó a rememorar los cuentos sobre pájaros
y otros animales que les narraba su madre a él y sus hermanos y recordaba la
cara de asombro que ponía su hijo Paolo cuando él mismo le contaba las mismas
historias. Sus padres si habían tenido la suerte de interactuar con aquellos
animales de los cuentos e, incluso, habían adoptado como mascota a un perro que
había convivido con ellos durante quince años como si fuera un miembro más de
la familia. Pero eso ya nunca más volvería a ocurrir, nunca más volverían a
poblar la Tierra todos esos animales de los cuentos porque ya estaban
extinguidos, y todo debido a la empresa a la que estaban combatiendo y contra
la que habían perdido.
Estaba empezando a notar
cómo su cuerpo comenzaba a sudar en exceso. No había amanecido aún pero la
temperatura debía rondar los 45ºC aproximadamente cuando Sandro recuperó la
consciencia y observó que se encontraba desnudo, a excepción de unas pequeñas
mallas cortas refrigeradas que llevaba siempre puestas cada vez que salían a
realizar una misión, y su cinturón OxiBelt, para que pudiera seguir respirando
al aire libre, ya que la concentración de oxigeno en el aire había bajado del
21% a menos del 5% en los últimos sesenta años, lo que hacía inviable la
proliferación de vida animal y vegetal.
El OxiBelt era un sofisticado cinturón desarrollado
por la misma empresa contra la que habían combatido. De su parte delantera salían
dos trinchas que subían hasta los hombros y bordeaban estos para volver a
unirse al cinturón por su parte posterior. Estaba compuesto por grafino, un
material duro y elástico que la propia empresa había diseñado en su centro de
investigación y desarrollo. Las trinchas y el cinturón tenían dos centímetros
de grosor y estaban comunicados entre sí en su parte interna. El cinturón albergaba
en su interior minúsculas bombonas que almacenaban el oxígeno artificial que
O2Maker se encargaba de sintetizar en sus fábricas. Cuando el oxígeno
artificial estaba a punto de agotarse, un molesto pitido emergía del cinturón
cada dos horas, reduciéndose este intervalo de tiempo proporcionalmente a la
reducción del oxigeno artificial disponible en el OxiBelt, que llegaba a sonar
en su límite más bajo hasta doce veces por minuto. Una persona disponía
aproximadamente de seis horas de tiempo límite para recargar su OxiBelt desde
el momento en que éste comenzaba a pitar. Para recargarlo era obligatorio
acercarse a una de las fábricas de O2Maker y sentarse en uno de los cientos de
“cargadores” que se situaban en la parte externa de los muros defensivos que rodeaban
estas instalaciones. Estos “cargadores” tenían el tamaño de las antiguas
cabinas telefónicas que habían poblado la tierra antes de la irrupción de la
telefonía móvil a principios del siglo XXI aunque tenían forma elíptica en vez
de rectangular y sus cristales eran transparentes. Era muy sencillo para los
usuarios del OxiBelt proceder a su recarga ya que solo había que meterse en la
cabina y sentarse en el cómodo sillón que había dentro con el cinturón puesto.
El sillón detectaba al usuario del OxiBelt y conectaba automáticamente con éste
para proceder a su recarga. Este proceso duraba tan sólo cinco minutos, los
cual era un alivio para los usuarios, ya que versiones anteriores del cinturón
llegaban a tardar hasta 30 minutos en realizar una simple recarga.
Cuando se realizaba el
proceso de inspiración, el oxígeno artificial fluía por la parte superior de
las trinchas que rodeaban los hombros y éste era captado por un pequeño
dispositivo que se colocaba encima de la nariz por atracción. El OxiBelt dejaba
de emitir oxígeno artificial cuando comprobaba que el usuario estaba realizando
el proceso de expiración, y así sucesivamente.
Cada OxiBelt era
intrasferible y personal. Éste detectaba el ADN de su usuario y cotejaba con su
base de datos interna, la cual se hallaba en la parte delantera del cinturón,
si el portador era realmente el dueño de ese dispositivo. El usuario tenía la
obligación de pagar una generosa cantidad por el préstamo del cinturón que
incluía todas las recargas. Esta cantidad era comúnmente conocida como “la
cuota” y había que abonarla para poder seguir teniendo la posibilidad de seguir
respirando y, por lo tanto, de seguir viviendo.
Faltaban pocos minutos
para que el sol asomara por detrás de aquel mar verdoso extrañamente calmado y
la temperatura seguía subiendo a un ritmo vertiginoso.
-“Maldito Neegan” –pensó
Sandro cuando se dio cuenta de la intención de éste. “Quiere que muera
abrasado”
-¡Despierta y admira el
amanecer joder! –gritó Neegan mientras abofeteaba a Sandro en la cara. ¡No quiero
que te pierdas este bello paisaje!
Neegan se había preocupado
de no dejar visible ninguna parte de su cuerpo para poder salir a la superficie
con total seguridad. Botas de cuero refrigeradas color marrón preparadas para
repeler la radiación, pantalón largo y camiseta de manga larga refrigeradas con
un diseño pixelado de tonos verdes boscoso, los guantes oscuros que llevaba
puestos desde hacia unas horas, una gorra vieja y estropeada con el dibujo bordado del escudo de un prestigioso
equipo de futbol, un pasamontañas negro refrigerado y unas gafas de sol
superpuestas al pasamontañas y amarradas a las patillas por una ancha cinta elástica
que bordeaba su cabeza. Estaba completamente cubierto de pies a cabeza y había
cuidado hasta el mas mínimo detalle para que su piel no fuera alcanzada por los
dañinos rayos del sol. Por supuesto, no había olvidado abrocharse a la cintura su
cinturón OxiBelt, el cual era una versión mejorada de éste que permitía más horas de autonomía y
que solo era accesible para los trabajadores de las fábricas de O2Maker.
Neegan venía acompañado de
Markus Jones, su más fiel empleado y mano derecha de éste en todos los temas
relativos a la seguridad de la empresa y el que ponía la coherencia y la
cordura en las decisiones de su jefe. Tenía aproximadamente la edad de Neegan,
cercano a los cincuenta años, y estaba ataviado con un uniforme militar antiguo
que había encontrado en aquella fortaleza donde ahora estaba ubicada aquella fábrica
y que antiguamente sirvió como base de alojamiento a una unidad de artillería del
ejército español.
-Por favor Jefe, no es
necesario hacer esto así –dijo Markus a Neegan asustado de lo que iba a
ocurrir. Péguele un disparo rápido y acabe con esto aquí y ahora.
-Joder Markus cierra la
boca de una vez, me estás cortando el rollo tío, esto es lo único que ayuda a
vivir. Me paso meses y meses esperando ocasiones como esta para darle un poco
de sentido a esta mierda de existencia y, ¿vas a venir tu a joderme estos
pequeños ratos de diversión? –respondió Neegan visiblemente enfurecido con
Markus.
-Pero Jefe, si el Sr. Morato
de Tapia se entera de lo que va a pasar aquí sin su consentimiento, van a rodar
cabezas, sabes que no está de acuerdo con tus estrictos métodos de castigo y…
-¡Calla, calla, calla! –interrumpió
Neegan a Markus gritando. ¡El maldito viejo no se va a enterar de nada! ¡Se ha
vuelto loco desde que murió su hijo y sabes que ahora se encuentra en Cádiz buscando
a la puta de su sobrina perdida para pedirle perdón o yo que sé lo que se le ha
perdido allí al viejo! Además, ¡quiero que dejes de hablar, me estas provocando
dolor de cabeza Markus! –vociferó Neegan enfadado.
Sandro estaba escuchando
atónito la conversación y pensaba que Markus Jones se estaba jugando demasiado su
pellejo. Comprobó cómo éste agachaba la cabeza y reprimía sus palabras en señal
de lealtad a su jefe.
Y, de pronto, recuperado
totalmente de la bofetada que Neegan le acababa de propinar, recordó el GPS que
se había guardado bajo los calzoncillos. Lo notaba entre sus piernas y sabia
que su misión solo tendría sentido si conseguía enviar aquellas coordenadas. Pero
sus manos estaban atadas. Tenía que pensar algo rápido antes de que la radiación
ultravioleta comenzara a despellejar su cuerpo. Tenía que desatarse para poder
pulsar ese botón que enviase las coordenadas al espacio y las recibieran las
personas de su organización. Rápidamente improvisó un plan.
¡Bravo Neegan! –dijo Sandro
forzando a continuación una carcajada. ¡Jamás lo hubiese imaginado pero has
conseguido que alguien se preocupe por ti! –dijo en tono burlón.
-¿Preocupado por mi? –preguntó
Neegan sonriendo. Este tío solo está a mi lado porque sabe que algún día, si
muero antes que él, se convertirá en el máximo responsable de mi empresa de
seguridad. Todo lo que nos mueve es la ambición, no hay ningún ápice de amistad
en esta relación ni…
-No estoy de acuerdo con
usted Jefe –replicó rápidamente Markus con voz gentil dejando a Neegan con la
palabra en la boca.
-¡He dicho que te calles! –gritó
Neegan colérico, girándose sobre sí mismo y agarrando a Markus por la garganta
con una mano y su cinturón Oxibelt con la otra. Markus no podía respirar, sus
intentos por hacerlo eran vanos y su cara estaba tornándose azulada.
-¿Cuánto tiempo puedes
aguantar sin respirar Markus? Y, tras decir eso, arrancó violentamente el
Oxibelt de su empleado y lo arrojó al suelo con fuerza, rompiendo este en tres
pedazos. A continuación, lo elevó del suelo con la mano que tenia agarrada su
garganta, lo miró desafiante durante lo que fueron para Markus cinco eternos
segundos y lo soltó. Su fiel compañero cayó de espaldas sobre los pies de
Sandro, que miraba estupefacto la escena. Se levantó lo más rápido que pudo y salió
corriendo en dirección a la puerta que daba acceso al interior de las
instalaciones luchando por no morir asfixiado.
-Esto es lo que le hago yo
a mis amigos –sentenció Neegan mirando fijamente a Sandro. Ambos se miraron fijamente
en completo silencio, hasta que Sandro comenzó a reir forzando una sonora
carcajada que rompió aquel incómodo silencio.
-¡De verdad Neegan, esto
ha sido un auténtico espectáculo! ¡Gracias por este regalo antes de morir! –fingió
Sandro riendo.
Neegan lo miraba incrédulo
y pensó que Sandro estaba sufriendo un pequeño pasaje de locura previo al que
sabe con certeza que va a morir. Cosa la cual le encantó y no pudo reprimir una
sonora carcajada que se unió a la de su prisionero.
-¿Sabes que
pienso?-continuó Sandro mientras seguía riendo. Pienso que este momento si que
se merece un fortísimo aplauso.
Neegan asintió y comenzó a
dar aplausos mientras reía. Sandro hizo el intento de aplaudir también, pero
las cadenas con las que tenia atadas las manos impedían que estas pudieran
tocarse.
-Neegan por favor, desátame
las manos para poder aplaudirte, no puedo escaparme, sigo atado por los pies –dijo
Sandro riéndose. Pero antes de que pudiera terminar la frase, Neegan ya había liberado
sus manos de las cadenas que lo ataban.
Ahora sí, Sandro comenzó a
reir de verdad, su sonrisa ya no era forzada, le inundaba la satisfacción de
haber conseguido que su plan para liberar sus manos saliese bien, pero aun tenía
que coger el GPS.
Entre tanta carcajada
Sandro no se había percatado de que el sol se encontraba fuera en su mayor
parte y que solo faltaban un par de minutos para que amaneciese completamente. Sin
embargo, sus ojos ya empezaban a dolerle. Su retina estaba sufriendo los
efectos de los rayos del sol a pesar de que sus parpados se encontraban
cerrados y un dolor agudo empezaba a brotar en el interior de su cabeza. Sabía
que se quedaría ciego en menos de cinco minutos y hubiera deseado con todas sus
fuerzas llevar puestas unas gafas como las que utilizaba su guardián, las
cuales podían soportar aproximadamente una hora de exposición a la radiación solar
antes de que se provocasen los primeros efectos dañinos.
-Bueno, se acabó la fiesta
–sentenció Neegan. Veamos cuánto eres capaz de aguantar aquí arriba –una sonrisa
placentera se podía imaginar detrás de su pasamontañas.
Sandro dejó de aplaudir y reír
y se resignó a su mala suerte. La piel de su cuerpo comenzaba a ponerse rojiza
y sabía que, si por algún milagro conseguía escapar de aquella situación, las
secuelas que sufriría serian irreversibles. Su débil cuerpo transpiraba cada
vez más intentando refrescarse inútilmente ya que este sudor se evaporaba en
cuestión de segundos. Todavía notaba el dolor de las esquirlas de metralla que
tenia incrustadas en el gemelo de la pierna debido a la descontrolada detonación
de la carga que había sufrido hacía ya
varias horas, aunque ese dolor no era nada comparable al que empezaba a notar
por todo su torso. Su piel se estaba abrasando y un ligero olor a vello calcinado
acariciaba sutilmente su nariz. Su Oxibelt emitió un pitido que le recordó que
solo disponía de seis horas más de oxigeno artificial.
-“Maldito destino, nunca
pensé que moriría así” –se dijo Sandro a sí mismo.
Neegan lo observaba
fascinado y en silencio. Su cara exaltada reflejaba su deleite. Le encantaban
aquellos momentos y deseaba disfrutar de ellos con más asiduidad de lo que normalmente
lo hacía. Su cuerpo, protegido, sentía el calor del exterior, pero nada más. La
ropa que llevaba puesta estaba preparada para soportar un par de horas la radiación
solar gracias a un complejo sistema de refrigeración que se activaba cuando
notaba que la temperatura del cuerpo aumentaba a 37ºC. Nada podía salirle mal.
Sandro se estaba quemando,
su piel despellejada y chamuscada se estaba muriendo y sus ojos ya no veían
nada. No paraba de retorcerse y gritar de dolor. Intentaba tapar con sus manos
las partes de su cuerpo que más le dolían, pero todo era en vano, su fin se
estaba acercando y por su cabeza comenzaron a desfilar todos los grandes
momentos que había tenido en su vida. El nacimiento de su hijo, el día que
conoció a su mujer, aquel invierno en el Amazonas donde pudo ver junto a Enzo a
“El Último Árbol” días antes de que fuera destruido por O2Maker…
Su corazón estaba latiendo
muy débil y su cuerpo humeante se llenaba de ampollas. Sacó fuerzas de su
interior para mover el brazo e introdujo su mano derecha en el interior de sus
calzoncillos y notó cómo el GPS le ardía en la mano. Lo sacó de su escondite y
pulsó aquel preciado botón. Todo el esfuerzo había merecido la pena, ya podía morir
tranquilo porque su organización se pondría manos a la obra en cuanto
descubrieran aquellas coordenadas enviadas. Era primordial que encontraran
aquella habitación que podría cambiar el curso de su batalla con O2Maker y,
como premio mayor, cambiar el curso de la vida. Habían dado su existencia y
deseaba que hubiera merecido la pena. Se sintió tentado de enseñarle a Neegan el
GPS y lanzar al aire una última carcajada de triunfo, pero pensó que
desaparecería el factor sorpresa en caso de que la organización decidiera
actuar, por lo que lo volvió a aferrar en su mano.
Todo había acabado. Su corazón
se estaba apagando.
El Oxibelt de Sandro emitió
un pitido continuo…se había desconectado tras no recibir su pulso cardíaco.
-¡Impresionante! ¡38
minutos y 43 segundos! ¡Nuevo Récord! –dijo Neegan sorprendido mientras se
acercaba a Sandro y besaba su cabeza chamuscada.